sábado, 5 de mayo de 2012

Sombra oscura cap 20

Llegó a la habitación después de la entrevista con el capitán. Se encontraba fatal. Se había bebido unos sorbos de aquel whisky que le había ofrecido. Fue directamente al servicio y empezó a vomitar sangre a borbotones. Elly estaba muy asustada. No sabía que hacer. Cogió una toalla y mojándola con agua fría se la puso en la frente. Estuvo casi veinte minutos en los que no se podía separar de la taza del váter. Las nauseas eran tremendas. No recordaba ya la última vez que intentó ingerir algo que no fuera sangre y que le produjo la misma sensación. Encima estaba mareado puesto que el alcohol se había diluido en la sangre provocándole un estado de embriaguez. Estaba pálido como el mármol. Cuando consiguió levantar la cabeza de la taza del váter, su cara era un autentico poema. Elly lo acompañó a la cama y allí le tumbó. Le daba todo vueltas. La joven se aproximó al escritorio donde tenían un abrecartas y con él se hizo un corte en la muñeca. Se la aproximó a la boca y le dijo con cariño -Bebe. El barco había parado la marcha de aproximación al puerto. Allí a menos de media milla náutica esperaba a que tres remolcadores se aproximaran para remolcar el navío hasta el interior de la dársena. Uno de aquellos remolcadores se aproximó al lateral del buque donde se encontraba una pasarela de acceso. Por ella subió un hombre con indumentaria marina. -Bienvenido a bordo. Pase por aquí. - Invitó el capitán. -Gracias. Soy el práctico del puerto de Portsmouth. -Se presentó el recién llegado estrechando la mano del capitán. -Sígame y le conduciré hasta el puente de mando. - Se ofreció el capitán. -Gracias. Con mucho gusto. - Y dicho esto le siguió. Mientras ya se habían lanzado las maromas de arrastre que unirían los remolcadores con el crucero. En la habitación, mientras, Jon ya se había recuperado de su malestar, en parte gracias a la sangre que le había ofrecido Elly. Terminaron de arreglarse y de hacer las pocas maletas que llevaban. El barco había atracado ya en el puerto y se estaban colocando las pasarelas para qué los pasajeros pudieran bajar del navío. Llamó un miembro de la tripulación que traía una carretilla para llevar el equipaje de la pareja. Jon le indicó lo que tenía que cargar y éste se lo llevó, no sin antes recibir una generosa propina. -¿Nos vamos cariño? -interrogó a su acompañante. -Sí. Voy a echar de menos el barco. Me lo he pasado muy bien a bordo.- contestó ella con resignación. Salieron de la habitación, siguiendo al botones que llevaba su equipaje. Entraron en un ascensor que les llevó hasta el garaje del barco donde les esperaba el Ferrari. Allí cargaron las maletas en el pequeño maletero del vehículo. Tuvieron que dejar una de las bolsas a los pies de Elly. Había un seguridad coordinando la salida de vehículos. Éste les hizo indicaciones de que se colocaran en la cola de salida. Una vez en tierra firme, la cola se bifurcaba en varias más hasta la entrada de la aduana. Pasaron la revisión, entregando sus visados. El agente registró la maleta más grande, y luego les dejó pasar. Estaban en Gran Bretaña. Ahora desde allí se dirigirían hacia Europa, posiblemente España. De repente, empezaron a entrar coches de la policía por las verjas que rodeaban el puerto, cosa que la pareja no esperaba. Jon tenía la esperanza de poder salir de esas dichosas verjas antes de que se montaran los controles pertinentes. Pero no fue así. El capitán del barco había sido informado de otro cadáver en la sala de máquinas del barco. Hacía diez minutos que lo habían encontrado al mover los bultos que allí tenían de piezas de reparación y engrase. Dentro de una de las cajas grandes se encontraba el cadáver. Llevaba varios días muerto y, como era lógico, estaba ya en estado de descomposición. Uno de los encargados de controlar los paneles de control de las máquinas había dado una descripción de una pareja que se había movido por allí hacía dos o tres días. La descripción concordaba con los señores Leslie. Dio parte inmediatamente a las autoridades portuarias y éstas avisaron a la policía. El control estaba montado. La cola de coches que salían se había ralentizado sobre manera. Comprobaban cada coche de arriba a abajo. Jon esperaba que no los estuvieran buscando a ellos. Así que no salió de la cola. Esperó a que le tocara el turno, luego se puso a la altura de un agente que le saludó con desgana y le pidió que le entregara las documentaciones. Éste se las entregó a través de la ventanilla. El policía al abrir el pasaporte de Jon hizo un gesto de contradicción y se dirigió hacia el coche policial. Jon se había percatado del gesto. Por el retrovisor vio como dos agentes se acercaban a su vehículo con la mano en la cartuchera. No podía esperar más. Metió primera y aceleró al máximo. Rompió con el techo del coche la barrera de salida. Los agentes le dieron el alto y empezaron a disparar. Las balas rompieron la luna trasera del vehículo. Salieron en persecución del Ferrari dos patrullas de policía. Pero en poco tiempo los perdió de vista. Sabía que tenía que esconder el vehículo a toda costa. Se reía para si mismo. Eran demasiado rápidos para que les atraparan tan fácilmente. Vio en el salpicadero del coche, que estaba echo de caoba natural, dos impactos de bala. Éstos habían astillado el salpicadero produciendo unas grandes brechas en él. -Nos ha ido de poco. ¿Qué te pasa que no dices nada?- dijo mientras conducía a gran velocidad. Pero Elly no contestaba. Disminuyó la velocidad y metió el coche en una carretera de tierra que salía en un lateral de la carretera. Allí escondió el coche entre los arboles. Se giró hacia la joven que había apoyado la cabeza sobre el salpicadero. -¿Elly estás bien?- y con la mano levantó la cabeza de la joven. Al ponerla en posición erguida vio su pecho repleto de sangre. -Elly por favor dime algo. La cogió como pudo y la sacó del vehículo tumbándola sobre el capó. Tenía los ojos cerrados y no respiraba. Le abrió la camisa con las dos manos dejando al descubierto sus pechos. Bajo el seno izquierdo, había una herida de la que manaba abundante sangre. Intentó taponar la herida con su mano, pero notó un pinchazo en la palma. Metió los dedos en la herida y sacó con bastante dificultad una astilla de unos cinco centímetros por dos de ancho. Le había perforado el corazón y parte de ella seguía clavada en él. Él estaba temblando. Se encontraba allí, junto a ella sin saber que hacer o a quien acudir, y por si fuera poco la policía les buscaba. Empezó a llorar como un niño bañando su cara y su camisa de su propia sangre. Levantó la cabeza mirando el cielo y profirió un grito desgarrador.

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