viernes, 6 de junio de 2014

Espejismo

           Recorría la calle a la carrera, con desenfreno, no sabía porqué. Desde que tuvo conciencia de lo que estaba pasando no había parado de correr y todavía no había descubierto el motivo. Su cabeza daba vueltas, se sentía mareada, exhausta, creía que iba a perder el control pero, ¿acaso lo había tenido en algún momento?

            Miró en derredor intentando reconocer aquella extraña calle. Las casas eran de formato antiguo, bajas, de una sola altura, con amplias puertas en las que suponía antaño habían permitido el paso de los carros de arrastre. Los adoquines de piedra maciza constituían el empedrado de la calle. En los laterales habían plantados arboles que en fila recta, delimitaban el paso de vehículos hacia las casas. ¿Vehículos? No, no se veía ninguno, ni escuchaba el ruido de ningún motor. 

             Se propuso llegar a la esquina para poder observar algo nuevo que le diera alguna pista de donde se encontraba. Pero no vislumbraba el final de la calle. La iluminación de esta estaba compuesta por unos pequeños faroles suspendidos en las paredes de las casas a unos dos metros y medio del suelo. En ellos se veía el alegre pero monótono tintineo de una pequeña llama. Se detuvo en seco y se dio la vuelta, esperando obtener mejor resultado que hacia adelante. Nada. Lo único que se veía era la fila impasible de árboles en cada lado de la calle y los faroles suspendidos en las fachadas pero de cruce o esquina nada. 

              Decidió dirigirse hacia atrás. Si llegaba al punto inicial sabría el motivo de su carrera y al mismo tiempo saldría de aquella larga calle. Así que empezó a correr en dirección contraria a la que lo había hecho hasta el momento. Después de largo rato le faltaba el resuello. ¿Cómo podía ser que hubiera llegado anteriormente tan lejos? ¿Quizá fuera por que antes no estaba tan cansada? La verdad es que no lo sabía, pero empezaba a encontrarse mal. Siguió caminando, aunque los nervios la hacían ir más rápido de lo que debía. 

               De repente se paró. ¿Y si aquella calle fuera circular? ¿Y si la salida no estuviera en una esquina sino en una casa? ¿Pero cómo descubrir cual? Miró hacia un lado y hacia el otro, asegurándose de que nadie la estaba mirando. Se dirigió hacia un árbol y descolgando todo su cuerpo en una rama, consiguió que esta se resquebrajara. Este sería su punto de partida. Dejó la rama en el suelo, en medio de la calle y continuó caminando hacia donde había venido antes. ¿O no? Estaba confundida, así que empezó a caminar hacia uno de los lados. 

                 Cada vez tenía más calor. Se sentía mareada y empezaba a tener náuseas. Necesitaba beber algo, los primeros síntomas de deshidratación empezaban a aflorar en su persona. Pero ella era fuerte. Sabía que llegaría al final del camino y encontraría el porqué de todo aquello.
                 
                   Recordaba cuando era pequeña y se perdió. Estaba en una plaza, con sus padres, viendo un espectáculo que habían montado unos jóvenes feriantes. En el salía el personaje de Minie y Mickey, patinando alrededor de la fuente central de la plaza. Se soltó de la mano de su padre y se mezcló entre el público que tenía delante de ella y no dejaba que viera aquellos personajes que tanto le gustaban. Después de casi veinte minutos y con lágrimas en los ojos su madre la cogió por el hombro, dándole una fuerte sacudida de reprimenda y abrazándola a continuación. 

                    Las lágrimas recorrían sus mejillas y llegaros hasta su boca. Estaban saladas y esto acrecentó la necesidad de beber. Pero nada, no conseguía encontrar indicio de salida alguna. Cada vez hacía más calor y cada vez se sentía más abatida, sin fuerza para continuar. Pero debía, así que armándose de coraje continuó sin parar de caminar.

                     Volvió a desconectar de aquella calle. Su mente la llevó al día en que su antiguo novio Pablo, la besó por primera vez. Fue fantástico. Ella caminaba por la calle con su inseparable amiga Laia. De repente Él se aproximó desde atrás, casi como un furtivo, para tocarla en el hombro y al tiempo que ella se daba la vuelta robarle un inocente beso de sus labios  y salir corriendo como había venido. Ella se quedó allí, quieta, tocándose los labios con los dedos mientras su amiga reía a carcajadas y se burlaba de aquel chaval de once años que a la postre sería su gran amor. 

                      Cuando recuperó conciencia, se encontraba acostada bajo uno de los innumerables árboles que habían en aquella maldita calle. La camiseta que llevaba estaba completamente empapada en sudor y se le pegaba a su magnífico cuerpo, dejando entrever sus generosas curvas. Pero ella no podía más. Necesitaba descansar y beber. Sabía que no podía dormirse pero los ojos se le cerraban. Al final, y después de mucho esfuerzo por mantenerse despierta, el cansancio la venció.   

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